martes, 31 de enero de 2012

LA VIDA, DON DE DIOS


Es frecuente en la Escritura que se invite a todos los seres vivos, los que pululan en el mar, los que surcan los cielos y los que pueblan la tierra, a alabar el nombre del Señor. Es muy común dentro de los salmos que se convoque a todos estos animales, enumerando muchas especies de ellos, a bendecir a Dios. Hasta los ríos y los montes pueden aplaudir ante el reinado de Dios que se avecina. Es como si toda la Creación entonara un canto de alabanza y acción de gracias. Cada ser humano, pues tiene la consciencia y está dotado de voz, está llamado a representar en este sentido a todas las demás creaturas. Toda la Creación, presidida por el hombre, alaba a Dios. El Dios de la Revelación cristiana es el Dios de la vida. Nosotros formamos parte del mundo de la vida y nos corresponde defender la vida en toda circunstancia y bajo todas sus formas. Este mundo, sin embargo, está herido por el pecado del hombre. Este pecado humano ha alterado todos los equilibrios, ha afeado gravemente el orden inicial querido por Dios. Era el riesgo de la libertad humana…
Son muchos los atentados que hoy en día se cometen contra la vida. Unas personas son más sensibles, a lo que parece, a unos temas que a otros. Aquellos que colaboran en la defensa de la vida no se deberían enfrentar unos con otros por motivos ideológicos. Para muchos, defender la vida consiste fundamentalmente en la lucha contra el aborto y la eutanasia. El aborto es un crimen al que, en la sociedad actual, por la despenalización legal y por la creciente tolerancia, se ha dado sin embargo carta de naturaleza. Es anticientífico el considerar que a partir de determinado momento del embarazo, fijado de un modo convencional, habría que considerar al “nasciturus” sujeto de derechos y no antes de ese plazo. No queda más remedio, racionalmente, que reconocer que desde la concepción hay ya una nueva persona, con todo lo que ello conlleva de exigencia de protección, si queremos ser civilizados y no unos animales (en el peor sentido, pues en el buen sentido también los animales alaban a Dios, como vemos en los salmos, y de ningún modo son crueles con sus crías…). Ciertamente, hay que defender la vida humana desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, no inducida por unos herederos necesitados de disfrutar ya, sin más dilación, de la herencia. Tenemos todos el derecho y la obligación de defender nuestra propia salud, se entiende por los medios considerados ordinarios. Ni adelantar la muerte por cobardía ni obcecarse en prolongar la vida por unos medios excepcionales y costosos, como si la vida de una persona fuera el absoluto que hubiera que mantener a toda costa. A toda costa, no. Yo necesito comer y respirar, pero no sólo yo. Tengo que desaparecer, llegado el momento, y dejar paso a otros, a mis hijos. Y si no tengo hijos, a mis sobrinos o a mis vecinos.
Ahora bien, entre el nacimiento y la muerte hay vida, creo yo, y habrá que defenderla también. Y son muchos los temas, los frentes de batalla abiertos, en que se dilucida la calidad de la vida y una mínima dignidad de la vida que se va desarrollando en el tiempo. Está la lucha por la justicia social y en contra de la lacra del hambre. Y está la lucha por la integridad de la creación, contra el deterioro ecológico y el cambio climático. Y la lucha en contra del maltrato animal. Un verdadero amante de vida es sensible también al sufrimiento de los animales. He oído a algún antiabortista quejarse de que actualmente están más protegidas legalmente las cigüeñas o los orangutanes de África que los fetos humanos, como trasluciéndose en él algún cierto desprecio hacia estos animales. Puedo comprender esa indignación, pero considero que es ese un mal planteamiento. La lucha por la vida es global y no hay que oponer unos temas a otros. Más bien, si uno es más sensible a unos temas deberá esforzarse por apoyar al menos la lucha en otros frentes, aunque no tenga tiempo o capacidad para ocuparse más activamente, pues ninguno de nosotros puede ocuparse de todo. También esta constatación nos tiene que llevar a la humildad y a celebrar íntimamente que los demás sean complementarios en el enorme y complejo cuerpo de la humanidad. Hay muchos antiabortistas que no son sensibles a otros temas del amplio mundo de la vida, como también es verdad que los que tanto defienden a los toros de lidia no suelen ser muy combativos en defender la vida del humano no nacido. Tal vez porque piensan que si naciera podría llegar a ser torero…
Celebremos y defendamos la vida. Renunciemos a los odios ideológicos que nos llevan a parcializar y a oponer siempre. “Crezcamos en el amor de todas las cosas hacia el que es la cabeza, Cristo” (Efesios 4, 15). El que pueda rebuznar, que rebuzne. El que pueda relinchar, que relinche. La que pueda croar, que croe. La que pueda cacarear, que cacaree. El que pueda graznar, que grazne. El que pueda mugir, que muja. El que pueda ladrar, que ladre. El que pueda maullar, que maúlle. El que pueda piar, que píe. El que pueda aullar, que aúlle… Etcétera. Y nosotros, que además de poder imitar todos esos sonidos animales, podemos pensar, leer, hablar y escribir, aprovechémonos de estas prerrogativas humanas para, en primer lugar, llenar de contenido nuestra vida. Que no se nos amustie la cabeza. Y, además, para defender toda vida y toda la vida.
“Cuantas son tus obras, Señor,/ y todas las hiciste con maestría,/ la tierra está llena de tus criaturas/(…) Gloria a Dios para siempre,/ goce el Señor con sus obras./(…) Cantaré al Señor mientras viva,/ tocaré para mi Dios mientras exista:/ que le sea agradable mi poema,/y yo me alegraré con el Señor." (Salmo 104)

Dr. Gregorio Moreno Pampliega.

Vicepres. Laico Igles. Ortdx. Alicte.

Patriarcado Moscù.-


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